Policía, una escuela de tortura; mujeres narran cómo fueron torturadas con las mismas prácticas que agentes vivieron en la corporación

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Policías en Centros de Tortura

Por: Guillermina Trejo López. Twitter: @Guille_Puzzle Instagram: guille_puzzle

La tortura es una práctica habitual entre policías que -aseguran- les funciona para obtener confesiones o cumplir con detenciones. El resultado: además de las heridas físicas y emocionales que provocan, hay hombres y mujeres tras las rejas, aunque no se les haya probado haber cometido delitos.

Y los métodos que los agentes utilizan para torturar son similares, sin importar la geografía: hay toques eléctricos, tablazos, golpes, vendas, agua, traslados a ciegas, amenazas contra la vida de las o los detenidos y su familia, a cambio de confesiones o la obligación de que alguien se declare culpable.

Así lo narran dos policías en el Estado de México y dos mujeres privadas de la libertad. Nadie se conoce entre sí. Ellos fueron torturados al ingresar a las corporaciones policiales y, ya en funciones aplicaron las mismas técnicas de tortura ya experimentadas. Mónica y Carolina, dos mujeres detenidas en la misma entidad, aunque en municipios diferentes, tampoco se conocen, pero narran historias de tortura similares que las llevaron hacia el mismo destino: la prisión.

“No eran golpes normales, eran con saña”

“¿A quién le agrada tener un electroshock en el cuerpo?”, pregunta al aire José, un agente  de Policía que fue torturado como condición para ingresar a un grupo de inteligencia de una corporación a la que perteneció en un municipio del Estado de México, prácticas que él mismo aplicó en varias detenciones. 

Con la voz nerviosa, en medio de la noche, encapuchado y vestido de negro para proteger su identidad, José narró la experiencia que vivió.

“Cuando yo entré a la Policía, a nosotros se nos hace la separación, en la distinción de diferentes grupos. Ese adiestramiento era muy diferente al de la Policía convencional, eran otro tipo de situaciones físicas, mentales, le puedo decir así, abiertamente, que era una tortura”, describió.

José hablaba al viento, a la noche. Esquivaba la mirada al contar su testimonio. 

Dijo que durante el año y medio que duró su prueba para ingresar a la Policía, también vivió golpes en cabeza y cuello, sed -porque tenían prohibido tomar agua después de quedar exhaustos luego de ejercitarse-, gas lacrimógeno, mojarse en charcos de agua sucia, les daban patadas en distintas partes del cuerpo y los clásicos tablazos.

“No eran golpes normales, eran con saña. Para mí fue un martirio”, recuerda, el mismo martirio que compartió y aplicó a varias personas durante las detenciones  en las que participó.

La Ley de Seguridad Pública del Estado de México en su Capítulo VIII Artículo 34 fracciones III y VI señala que los policías no pueden “molestar bajo ningún concepto a las personas” ni “detener a cualquier persona sin causa legal que lo justifique”, respectivamente.

Además, en el Artículo 40 Fracción V de la Ley General del Sistema Nacional de Seguridad Pública se establece que los oficiales deben “abstenerse en todo momento de infligir o tolerar actos de tortura, aún cuando se trate de una orden superior o se argumenten circunstancias especiales, tales como amenaza a la Seguridad Pública, urgencia de las investigaciones o cualquier otra; al conocimiento de ello, lo denunciará inmediatamente ante la autoridad competente”.

Sin embargo,  para José y muchos compañeros la Ley ha quedado en letra muerta.

“Y un método que hice para que realmente, si ya no servía ese método, era meter alfileres en las uñas, como a mí me lo hicieron en aquel momento”, aseguró.

“O empinarlos y tablearlos, o acercarles el taser (toques eléctricos) en las orejas para que sintieran el calor de la electricidad. Acercarlo en los genitales para que realmente te digan lo que es. Y tuve muchos resultados con esa tortura efectiva, que a mí en algún momento se me dio”.

Y José no es el único que describió los actos de tortura que vivió para ingresar a los grupos policiales. 

Jesús es otro policía que también tiene como base un grupo policial destacado en el Estado de México, quien refiere tortura en su propia experiencia y de más compañeros con el único objetivo de pertenecer a grupos de élite.

“Para pertenecer o para que digas ‘soy de un grupo especial’, tu graduación viene siendo una tortura extensa. Te sientan, te amarran, te golpean hasta más no poder y al final te dicen ‘bienvenido’. Antes de que llegues a esa graduación, pasas por diferentes filtros. Unos filtros son las filas indias donde pasas y te patean, te dan zapes”, recuerda.

“Compañeros se han lesionado de los hombros, han perdido muchas partes (del cuerpo) se han fracturado dedos, muchas, muchas cosas han pasado dentro de esos grupos”.

Añadió que las prácticas de tortura como condición para ingresar a la Policía y en las detenciones se vuelven tan casuales “así como que no pasa nada, porque los mismos mandos lo hacen, los jefes lo hacen”, y cuando van a aprehender a una persona cuidan no dejarle marcas en el cuerpo para que el Ministerio Público no detecte las lesiones.

“Saben cómo hacerlo o sabemos cómo hacerlo: no usamos candados para torturar, porque los candados te dejan marcas; usamos vendas, vendamos las manos, tenemos bolsas, una toalla o te vendamos la cara y con sólo 1 litro de agua dices hasta lo que te robaste la primaria”.

“Sabemos que hay leyes, están los derechos humanos, el derecho internacional en contra de la tortura, pero también tiene un fin y un fin es tratar de acabar con la delincuencia, pero si lo hacemos por la vía legal nunca vamos a acabar con esto”, finalizó Jesús.

Y así, las prácticas que José y Jesús -a quienes se les cambió el nombre para proteger su identidad- presenciaron y aplicaron, forman parte del método que víctimas de tortura señalan haber vivido cuando fueron detenidas.

Los siguientes testimonios no están relacionados con los casos y policías anteriormente mencionados. 

“No me quiero morir”

Mónica “N” está desesperada. Su voz se corta en momentos. Detrás del teléfono, con llanto incontenible, pide justicia a gritos.

Tiene 42 años de edad y casi 14 de ellos los ha pasado tras las rejas. Fue detenida en Nezahualcóyotl, Estado de México. Los delitos por los que se le acusa no le han sido comprobados y asegura que policías la torturaron para obligarla a declararse culpable, lo que  ha sido probado mediante el protocolo de Estambul.

“A mí me dieron una golpiza los policías aprehensores. Me dieron un balazo en la tortura y me dejaron secuelas, tanto en el cuerpo como en la cabeza, me pegaron, me golpearon mucho la cabeza, en el lado izquierdo”, contó en una primera llamada desde el Centro Penitenciario Femenil de Tanivet, Oaxaca.

“En mi detención me hicieron firmar una declaración ya formulada, ya hecha, porque me tenían amenazada con mis tres hijas, sobre todo con la menor, que era la que tenía cáncer”.

Mónica “N” explicó que la detuvieron en la vía pública y después de las agresiones físicas que le aplicaron en el interior de un vehículo sin logotipos oficiales, sufrió tortura psicologica, ya que los hombres que la detuvieron le ponían una grabación en la qie se escuchaban voces de niñas.

“Decían ‘mamá, ‘mamá”, recuerda. “Y vas a firmar” (le condicionaban) y con sus groserías y sus golpes”, narra.

“Cuando me detuvieron, me agarraron por atrás, con un arma en la cabeza, me fueron llevando hacia atrás, hacia un carro normal, eran tres varones y una mujer. Y ahí en el carro me empezaron a pegar. 

Al momento de su detención, Mónica “N” tenía tres hijas. Fanny era la menor, padecía cáncer, recibía tratamiento médico en La Raza y debía tener cuidados especiales.

“La bebé tenía un año de edad cuando yo caí en la cárcel. Ella recibía quimioterapias. Mi hija falleció casi a los dos años, me parece, dos años y medio, yo estando en prisión”.

“Me amenazaban que si yo no declaraba a ella me la iban a robar, me amenazaban de que a mis hijas, las mayorcitas, les iban a hacer cosas feas. Yo tenía mucho miedo y tuve que firmar”, añade.

Mónica aún no ha sido sentenciada. Fue cambiada del penal de Oaxaca al Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) 16 de Morelos.

Issa, su hermana, comenta que a Mónica le han sido canceladas mil 500 audiencias y que actualmente la familia vive el peor momento de los casi 15 años de la mujer en prisión, no sólo por lo laxo que ha sido su proceso, sino porque en Morelos ya trataron de asesinarla.

“Ahorita que está en ese reclusorio vivimos con más miedo, porque ahí ya la golpearon, ya intentaron ahorcar, ya le hicieron muchas cosas; entonces, la familia ya tenemos muchísimo miedo. Y lo único que me dice mi hermana es: ‘si me pasa algo, no dejes que mi muerte quede impune’”, cuenta.

Y su sentir no es en vano. 

De acuerdo con la revista Proceso, el pasado 20 de junio “una mujer identificada como Samanta Angélica “V” falleció supuestamente a causa de un suicidio” al interior del Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso 16) CPS Femenil de Morelos.

La nota informativa añade que la primera muerte ocurrida en ese penal fue el 12 de mayo del 2020.

Pero en el último semestre del año pasado 11 mujeres fallecieron y su muerte se atribuyó a un suicidio.

En este año han fallecido dos mujeres más en las mismas condiciones, de acuerdo con la información de Proceso, una en mayo y Samanta Angélica “V”.

Además se lee que el Instituto Federal de la Defensoría Pública (IFDP) considera que “las condiciones en las que viven las mujeres dentro del Cefereso 16 constituyen actos de tortura que pudieron originar, por lo menos, las últimas muertes ocurridas entre 2022 y 2023”.

Vía telefónica, Mónica “N”, describe lo que ha vivido en el interior de ese penal.

“Aquí me han querido ahorcar, más bien me ahorcaron, a tres segundos yo me muero. Me quedó todo marcado el cuello, todo rojo, me pasaron al mismo pabellón, nada más cambió el número.

“Aquí se mueren todos los días, porque se ahorcan las compañeras, ¿qué quieren, que me maten? Yo llevo 15 días con dolor de muelas y no me dan atención, te tienes que cortar los brazos, te tienes que cortar las piernas para que te hagan caso”, cuenta,

Además de los tratos inhumanos, ha sufrido amenazas y teme por su vida.

“Ya me amenazaron que me quieren picar, que vengo recomendada por el comandante y que cualquier cosita mínima mala que haga yo voy a salir toda golpeada o si es que salgo viva o que salgo toda picada. La tortura que he sufrido psicológica, física y todo eso ha sido aquí adentro. Yo no me quiero morir”.

Mónica asegura que no ha tenido una buena defensa. En el 2020 le aplicaron el Protocolo de Estambul, documento que, de acuerdo con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, contiene los estándares mínimos que deben ser aplicados para el estudio médico y psicológico de una persona que alega haya sido sometida a tortura o malos tratos.

“Su utilidad va más allá de la documentación de casos de tortura, puesto que también se emplea para investigar violaciones a derechos humanos, hacer evaluaciones para conceder asilo político, en la defensa de personas que “han confesado” delitos durante la tortura y para analizar las necesidades de las víctimas”, menciona la CNDH.

De acuerdo con el Cuaderno Mensual De Información Estadística Penitenciaria Nacional elaborado por la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, hasta mayo de 2024 la Población Privada de la Libertad en México sumaba 232 mil 494 personas,  13 mil 330 de ellas, es decir, el 5.73 por ciento, son mujeres.

Sobre la tortura cometida por Policías, Issa, hermana de Mónica “N” duda si torturan para cumplir con una cuota de detenciones o porque reciban más sueldo por obtener confesiones.

“En la parte esta de los policías, no entiendo si ellos nacen así o les piden ser así o si ellos llevan más personas detenidas, o si les pagan más o no tienen corazón, o no sé por qué rayos la Policía y la justicia tienen que pasar por alto todas esas cosas como maltratarlas de esa manera y que ellos no sientan remordimientos”, finalizó.

“Una tortura es la muerte en vida”

Otro caso de detención y tortura en el Estado de México es el de Carolina Hernández Tapia, privada de su libertad  el 14 de abril del 2008 en Ecatepec de Morelos cuando estaba en su casa en compañía de su hijo. Con siete meses de embarazo, sufrió tortura por parte de los policías que la detuvieron.

“Con los ojos vendados, me llevaron en un carro, me estaban golpeando, me estaban metiendo las manos en mis genitales, decían que eran doctores que me iban a hacer el tacto, metían mi cabeza a unos baños llenos de excremento, me colgaron de la pierna, de un árbol, me daban toques en mis pechos y en mi vagina. Me desmayaba, despertaba, porque me echaban agua y más toques, me volvían a despertar”, narra la mujer de 34 años de edad.

“Les pedía piedad porque ya no se movía mi bebé, que por favor ya no me pegaran, que ya no se movía  mi bebé y uno de ellos me dijo que él era médico, que me iba a hacer el tacto. Metió la mano, empecé a sentir mis piernas mojadas, mojadas y, mi bebé ya no se volvió a mover”.

Después de este hecho, cuenta, la presentaron ante una Delegación del Ministerio Público, donde el médico dijo que no podía recibirla por los golpes, las lesiones y la hemorragia que llevaba.

“De ahí me trasladaron a un hospital que se llama Torre Médica, donde estuve sin conocimiento hasta después de dos días y me entero que me habían provocado el parto, pero mi bebé estaba muerta. Las causas de fallecimiento fueron estallamiento de vísceras y calcinamiento”.

Carolina lamenta no tener los medios económicos para pagar un abogado particular  y pruebas que hagan valer las injusticias que se cometieron durante su detención.

“Me practicaron el Protocolo de Estambul hace cinco años, como seña particular los aprehensores dicen que estoy embarazada, en los medios de comunicación salgo embarazada y ahorita, en el protocolo dicen que sí fui torturada, que sí casi me mataban pero que no perdí una hija”.

Además de la pérdida de su bebé, durante la tortura los policías le tiraron cinco piezas dentales, le rompieron un dedo- por lo que requirió cirugía-, continúa con otro dedo que tiene el hueso fuera de lugar, tiene una cicatriz en el pie del lado derecho que evidencia que la colgaron de un árbol para darle toques en pechos y vagina. 

También sufrió golpes en la cabeza, recibe atención psicológica y en la prisión le atienden diabetes e hipertensión.

Y a pesar de 17 años en prisión, tortura y tratos inhumanos, en abril de este año fue condenada a 324 años de prisión.

“La tortura es algo que no superas, te sientes agredida por alguien que tú ves como autoridad, como máxima autoridad, no ves la justicia, sino quieren sacar una justicia en base a golpes, a tortura, una verdad que no existe.

“Te llenan de miedo, no solamente físico, emocional, nunca vuelves a ser igual, nunca vuelves a caminar igual, vives con el miedo, son noches que te despiertas sintiendo que te están golpeando, volviendo a vivir los golpes, los insultos, las amenazas. Te matan en vida, una tortura es la muerte en vida”, finalizó.

De acuerdo con el Informe de hallazgos 2022 publicado por el Observatorio Contra la Tortura, en ese año se iniciaron 6 mil 226 carpetas  de investigación en México, 11 por ciento más con respecto al año anterior.

Pero de esas carpetas, sólo 82 fueron judicializadas, lo que se traduce en  que menos del 2 por ciento de casos fueron llevados ante un juez.

Hoy en día, la falta de justicia referida por las mujeres víctimas de tortura que compartieron sus testimonios para este trabajo periodístico contrasta con la impunidad de la que policías gozan ante la comisión de los actos crueles o inhumanos.

Aunque ninguna persona aquí mencionada se conoce entre sí o tuvo relación alguna durante sus procesos o detenciones, se distingue que el adiestramiento físico extremo que llevó a los policías a torturar marca un patrón de agresiones y de tortura durante las detenciones, tal como las mujeres describieron, por ejemplo la tortura psicológica, los golpes, traslado en vehículos particulares, toques eléctricos en distintas partes del cuerpo, entre otras.

Lo que queda, hasta el momento, son los efectos de la tortura que prevalecen en víctimas y sus familias, difíciles de superar.

Esta investigación fue realizada en el marco del proyecto “Periodistas contra la Tortura” con el acompañamiento de la organización Documenta. El contenido de este reportaje es responsabilidad de sus autores y no necesariamente refleja el punto de vista de Documenta.

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